Tenía que decirlo

antiviolación

Todo el país está informado de lo ocurrido, del desarrollo y la sentencia en el juicio de «La Manada». Y claro, cada cual tiene su opinión, pero he de decir que he leído todo lo que ha llegado a mis manos y que me he encontrado con auténticas barbaridades.
No, no soy jurista así que no voy a cuestionar si la sentencia se atiene a ley o no, pero lo cierto es que aquí tenemos dos problemas, para empezar.
En primer lugar, me pregunto cómo teniendo un idioma tan rico, claro y con tantos recursos lingüísticos podemos acabar llamando abuso o agresión a un hecho de esta envergadura. A mi juicio hay hechos probados que dan pie a pensar que el término de violación sería más que adecuado en el caso que nos ocupa, pero claro, yo no soy juez…

En segundo lugar considero que si en un caso como este, con vídeos y conversaciones que dejan claras las intenciones (y reincidencia) de los acusados, no queda probado el objetivo y la premeditación, tenemos un problema, porque difícilmente en un caso cualquiera de violación podrán presentarse pruebas tan contundentes, ya que lo más probable es que la víctima de una violación no tenga nada de eso para respaldar su denuncia y demostrar que lo denunciado ha ocurrido como dice.

En otro orden de cosas me preocupa que nuestra sensación como mujeres sea de vulnerabilidad e indefensión y que además haya llegado a tal grado que no nos sintamos amparadas por las leyes.

He recibido algún mensaje informándome de que se están organizando grupos de mujeres «vigilantes» con el fin de protegernos entre nosotras, para hacer cursos de autodefensa y generar códigos o sistemas de algún tipo para cuidarnos entre nosotras. Me parece bien y al mismo tiempo me parece una locura. ¿Defendernos entre nosotras ante el evidente desamparo que sentimos? ¿No es esto muy preocupante?

¡Si esto no es un puñetero problema no sé ya qué lo es!

Digo yo que esas propuestas valen como parche temporal, pero que habrá que cambiar las leyes, endurecer las penas y resolver esto de manera profunda e inequívoca a nivel estatal.

Lo de las polémicas valoraciones del juez Ricardo Gonzalez ya de por sí es para echarse a temblar y no añadiré nada a este respecto porque todo lo ocurrido puede leerse en cualquier periódico.

Llegados a este punto la idea de organizarnos entre nosotras no me parece ningún despropósito pero, ¿como puedo auto-defenderme frente a tres, cuatro o cinco tipos del tamaño de armarios roperos o incluso alfeñiques en superioridad numérica?

En Twitter se ha creado el hanstag #Cuéntalo y si leéis unos cuantos es para echarse a llorar. O para salir a la calle armadas hasta los dientes, que yo ya no sé. También proliferan los tuits con el #NoEsNo , que a mi juicio, si bien es interesante como propuesta, se queda muy corto porque ¿Qué pasa entonces si me han drogado o estoy en estado de embriaguez o incluso de inconsciencia? ¿Soy entonces la responsable de lo que ocurra por no haber verbalizado de manera clara y contundente mi negativa? Creo que tenemos que ir más allá y dejar claro que #SóloSíesSí y sólo si expreso de forma inequívoca mi consentimiento para mantener relaciones lo hay; de no ser así no existe ese consentimiento. Es más, si incluso si habiendo dicho «Sí», en algún momento decido no seguir adelante estoy en mi derecho de denegarlo. A mi modo de ver esto es de cajón y debería prestarse a pocas interpretaciones.

Se ha puesto en duda también la intención de la agredida al denunciar los hechos e incluso se ha dado a entender que todo fue de buen rollo y en plan disfrute y que sólo después de haber recapacitado por las posibles consecuencias de la difusión del vídeo en las redes sociales es cuando se vino atrás y decidió darse por violada…
A ver, que alguien me lo explique porque debo ser muy tonta: Si todos lo pasaron genial y ella disfrutó como la que más de aquel jolgorio (que no se yo de que clase de jolgorios suele disfrutar su señoría para valorar los hechos en esos términos), si todo fue chachi y molón, me pregunto por qué no se fueron luego todos juntos de copas o se dieron sus teléfonos por si les apetecía repetir jolgorio o por qué le quitaron el teléfono a ella si el ambiente fue tan festivo distendido y de buen rollito. Igual es que me pregunto cosas muy raras porque nunca he disfrutado de un jolgorio en condiciones. Por suerte, claro.

Me importa un cuerno que estos lobos sean unos benditos en su casa, que sean hijos amantísimos o vecinos modélicos que dan los buenos días o suban la bolsa de la compra a sus vecinas. ¿Cuántas veces hemos sabido de verdaderos monstruos de los que nadie sospechaba? No afirmo que estos sean una cosa u otra sino que ese argumento no es suficiente, como no debería serlo que una mujer viva su vida o su sexualidad como le parezca sin que eso menoscabe su credibilidad en el caso de ser violada.

Lo ocurrido es para echarse a temblar sólo de pensarlo. Seguir poniendo el acento en la víctima y cuestionándola o ponerle detectives para argumentar que «hace vida normal» y que como no se ha tirado a las vías del tren o se ha cortado las venas no existe el trauma es no tener ni la más puñetera idea de que los supervivientes de cualquier hecho traumático pueden reaccionar de mil maneras diferentes sin que puedan o deban ser cuestionados por la manera en que intenten sobrevivir a ello.
A mi modo de ver y al de muchas mujeres, ella ha sufrido una segunda violación y esta vez por parte de señores togados que no han hecho un buen trabajo y de unas leyes que, a todas luces, son tremendamente laxas, difusas e insuficientes en el caso de que lo ocurrido responda a la premisa de que no se podía hacer más dentro de los parámetros jurídicos.

O esto cambia o proliferarán las manadas. Y no quiero pensar que haremos entonces las mujeres… Porque sé que muchas ya han empezado a organizarse.

Pensamientos estrangulados: 8 M

We can do it

Son muchas las voces que se escuchan estos días y que cuestionan si la huelga del 8 de marzo tiene sentido o no a día de hoy. Nada es cuestión de blanco o negro, claro. A buen seguro que algunos encuentran sus argumentos muy razonables cuando ridiculizan el deseo de quienes la hagan o la apoyen, pero que alguien dé su parecer no implica que otros tengan que estar de acuerdo, ¿no es verdad?
En este caso en concreto a mucho papanatas sientacátedras le debería caer la cara de vergüenza antes de abrir la bocaza. Verán, señoros, hay argumentos incuestionables para quienes la consideran necesaria y eso, de por sí, debería merecer todo su respeto. El hecho de que yo me duche o no, puede parecerle lo que a usted le plazca pero no obligo a nadie a que lo haga. Pues esto es parecido. ¿Es higiénico hacerlo? Sin duda… Y usted puede ser todo lo guarrete que le parezca, pero lo que no puede es cuestionar que ducharse es saludable.

Entiendo que uno puede decidir ser partícipe o no en una cuestión cualquiera pero quienes sentencian que no hay «razones objetivas» para la huelga tal vez harían bien en mantenerse al margen de meterse en esos charcos. 
Creo en la libertad de expresión, por supuesto, pero también en que no todas las opiniones necesitan ser expresadas. En este caso en concreto pueden ser omitidas aquellas que son expresadas por quienes no pertenecen al género femenino. Con todos mis respetos, los hombres no tienen derecho a cuestionar cómo sienten o perciben ciertas cuestiones las que sí pertenecen a ese género aunque, obviamente, no todas la mujeres, por el mero hecho de serlo, tengamos que coincidir ni en este ni en ningún otro tema.

En estos momentos hay un debate abierto respecto a las pensiones y uno puede apoyar o no lo que reivindican nuestros mayores, pero lo cierto es que todos nosotros somos susceptibles de estar en esa situación en algún momento. Ser mujer o no serlo (eludo referencias a la comunidad LGTBI por no liar la madeja), ser mujer, digo, es algo que nos viene dado y que, aunque no a todas nos afecte por igual a la hora de deambular o interactuar en el mundo, lo innegable es que somos susceptibles de que sí nos condicione el mero hecho de haber nacido féminas. Un hombre jamás se verá en determinadas circunstancias. Pueden entender o no, apoyar o no, pero en cualquier caso deberían respetar lo que nosotras decidamos, sin pontificar. No tiene autoridad moral (como género) para ensañarse, ridiculizar o tachar de obsoleto el que se siga celebrando ese día y que el debate, incluso se haya recrudecido.
Para mucho «macho alfa» parece que el hecho de que tengamos derecho a votar, a abrir una cuenta o a elegir si queremos ser madres o no, prácticamente zanja el asunto. Y ni muchísimo menos es un tema zanjado, «señoros».

Que un hombre me diga que es lo que puedo hacer, no hacer o sentir respecto a algo que solo nos atañe a las mujeres es, de por sí, argumento suficiente para desacreditar lo que diga a continuación.

Palabras como sororidad, solidaridad o empatía existen, y existen porque tienen un significado y una razón de ser. Lo entiendan o no.

James Rhodes en su libro Instrumental dice: «La verdadera compasión nace cuando se entiende que lo que alguien percibe como la verdad es, a todos los efectos, la verdad». En lugar de compasión, en este tema que nos ocupa, prefiero usar empatía. Creo que en esto no es tanto cuestión de compadecernos como de empatizar. Y ante todo de respetar.
Que algo no me afecte directamente no significa que no deba preocuparme. No he sufrido una ablación y tampoco una violación, pero eso no las convierte en inexistentes. Soy, en cierto modo, cualquier mujer que sí ha sufrido una salvajada así cuando empatizo con ese sufrimiento innecesario e inexplicable.

No hablo de temas personales o vivencias laborales propias para argumentar lo que pienso porque eso sería algo anecdótico y la parte no hace el todo, pero negar la discriminación por razón de sexo es tan absurdo como negar la discriminación racial por el hecho de que uno mismo no sea racista.

No importa si yo secundo o no la huelga. No cuestiono si otras mujeres la hacen o no. Es su decisión y su libertad. No voy a subirme a ningún púlpito para explicarle a nadie lo que está bien o mal. Ya hay demasiados voluntarios para dar su opinión. No, su opinión no… que eso sería perfectamente lícito. Lo que me irrita son los que sentencian, desacreditan y exponen su parecer como algo incuestionable. Eso, con todo mi respeto (sinceramente, muy poco) sí que me parece tremendamente estúpido.

virginia

 

 

Aceite

Aceite_aceite

“Qué pacifica sería la vida sin amor, Adso.

Qué segura. Qué tranquila. Y qué insulsa

El nombre de la rosa -Umberto Eco

 

               Hace cinco años que vivo en esta casa. Cuatro desde que murió su mujer. A veces, durante una larga temporada, deja de escribir. Dice que es incapaz de hilvanar dos palabras seguidas. Da vueltas por la casa como un fantasma. Aunque intento animarle, dice que no sirve de nada llenar sus vacíos con palabras que nadie leerá y aunque, cuando deja de hacerlo, el vacío se le vuelve aún mayor, no serviría de nada decírselo.

            Sé bien lo que se siente cuando necesitas escribir y lo dejas. Intento decírselo con otras palabras mientras ronda por la cocina y espera a que salga el café que ha pedido y, mientras me explica que en realidad no lo necesita tanto como creo y que, si le entran las ganas, lo que hace es dejar que hasta la última palabra rebote dentro de la cabeza hasta que pierda fuerza e incluso inercia y que, entonces, sólo queda esperar a que se detenga y le conceda una noche de sueño tranquilo.

            Cuando eso ocurre mantengo la distancia que, sin decirlo, me pide. Y rezo porque pase pronto… ¿Qué otra cosa puedo hacer yo? Él no sabe que yo también escribo y que, cuando aparecen sus «días silencio», desearía aprovechar para retirarme a mi cuarto pronto y ponerme a escribir, pero en días así, con ese tipo de mutismo empapando la casa, en el que hasta a los pensamientos se les niega el diálogo, el silencio se convierte en algo denso y oscuro: Aceite. Cuando el silencio se vuelve aceite lo contamina todo. Y todo el mundo sabe que no se puede escribir sobre aceite.

            Hay también otros días en que el silencio le oprime en el pecho. Esos en los que habla sin parar y me dice que necesita salir a la calle a respirar y que quisiera contarle al primer transeúnte con el que se cruzase que está vivo y que quiere seguir estándolo. O subirse a un vagón atestado del metro sólo por certificar que lo está. Comprobar si alguien detecta su presencia, pero no para que le miren de una manera concreta sino para evidenciar si aún en susceptible de ser visto. Y le digo que yo puedo certificar que sí, pero a él no le vale con eso.

            Cuando pasa de un silencio-aceite al silencio-ahogo, sale a la calle buscando el oxígeno que le falta y para ver si puede cruzar unas pocas palabras con alguien. A veces entra en la cocina y charla conmigo mientras preparo la cena e incluso me cuenta que se mete en un comercio tras otro hasta que en alguno, alguien le dice: ¿Quiere que le ayude? y que a él lo que le gustaría es contestar que sí e invitar al dependiente a que se tome un café con él y contarle cuánto agradecería esa ayuda que le ofreció y conversar un rato, pero que sabe que le tomarían por loco, así que se limita a alargar esos minutos de contacto humano que le han sido concedidos diciendo cosas del tipo: ¿Crees que es mi talla? ¿Lo tienes en otro color?… Y luego paga y trae lo que sea que haya comprado a casa. Sabe bien que esos minutos en la tienda no han sido otra cosa que una transacción en la que ambos han conseguido su objetivo, pero dice que por suerte no tiene problemas económicos. Al llegar a casa ni siquiera lo desempaqueta; lo deja en una habitación sin muebles que hay al fondo, en la que se van acumulando sus paquetes-oxígeno.

            A veces me cuenta esas cosas y, con suerte,  después me dice que le lleve un café al estudio, que va a escribir un rato. Y, cuando se lo llevo, me pide que cierre la puerta al salir. Y entonces volvemos a escribir.

Elogio de la imperfección

No puedo sacarme esta idea de la cabeza hoy: Soy imperfecta, pero me alegro de serlo…

Veréis, no es que me haya vuelto conformista, ni tampoco que haya dejado de buscar el modo de mejorarme o de mejorar mi entorno, en absoluto. Más bien todo lo contrario. La aceptación no conlleva necesariamente la dejación.

¿Me dejáis que lo explique? Siempre he sido curiosa, pero últimamente soy una mirona. No una de esas que quieren enterarse de todo para sacarle los defectos a otros, sino más bien todo lo contrario: Observo para entender y también para perdonar.

No, no soy perfecta en absoluto… y a quien tengo que perdonarme es a mí. A los otros ya lo hago (Soy mucho más intransigente con los defectos propios que con los ajenos)

Vivimos en un mundo perfectamente imperfecto y nos hemos empeñado en anhelar la perfección, con toda la angustia que conlleva tan absurda aspiración.

No se me dan nada mal los números pero, si he de ser sincera, me gustan muchísimo más las letras. Prefiero apretar una mano que un billete. Pero el mundo se mueve por cifras: Consecución de objetivos, medias, baremos, share, rentabilidad, percentiles… Todo tiene que ser tasado, comparado, medido y  por supuesto, valorado en función del valor respecto a la media.

Los hijos tienen que desarrollarse conforme al progreso de otros, así que desde el momento en que acabamos de parirlos ya nos dan sus primeras notas. Intentamos optimizar su desarrollo inculcándoles desde niños la competitividad: Parece que para que sean felices  y sentirnos capacitados como padres, deberían saber judo, ser el mejor jugando al tenis, tocar algún instrumento, ser tan amables y educados que sean el asombro de nuestras amistades y la envidia de nuestros vecinos. Por supuesto a ser posible que tengan el peso y la talla adecuada y si es posible que hable algún idioma (o varios) porque así se lo exige la sociedad. Cuando estudian valoramos los resultado -por supuesto el colegio se encargará de decirnos cuál es la media de su clase, de su curso y hasta del país, para que sepamos si lo que tenemos en casa es un genio o un cenutrio.

Y no, no es que seamos unos padres horrorosos, es que nos han convencido de que para que sean (seamos) felices todo ha de estar dentro de lo normal o incluso, si es posible, por encima de esa media… Y eso es lo que ellos aprenden: a “aspirar a”, porque lo diferente es rechazable o de escaso valor; porque todo lo que no está dentro de los parámetros de normalidad es cuestionable, si no es directamente calificado de fracaso…

Eso lo arrastramos ya bien inculcadito desde pequeños para el resto de nuestras vidas. Todo tiene que adaptarse a unas normas o medidas determinadas: El trabajo no depende de tu implicación sino de la cuenta de resultados; tu sueldo de tus logros y tu aspecto; la calidad de tu relación de pareja, no de cómo funciona sino de los años de relación estable conseguidos; tu relación con tu cuerpo del índice de masa corporal… ¿sigo?

La verdad es que no le veo demasiadas ventajas a todo esto.  Esa aspiración enfermiza a lo único que nos lleva es a la insatisfacción permanente, porque todo es mejorable. Siempre lo es…

Como  consecuencia de todo esto, el mundo está plagado de insatisfechos. Se aspira a viajar en 1ª clase y alojarse en un hotel de 5 estrellas, celebrar un día los 25 o los 50 años de matrimonio “perfecto” para envidia de amigos y familiares, aunque las miserias se olviden ese día.

Parece que todo el mundo quiere que los hijos tengan muchos dieces en su expediente, que los dientes les salgan rectos –y si no, los corregimos aunque solo sea por un diente ligeramente torcido- y ya puestos, que las mujeres tengamos unas preciosas tetas de, al menos, una talla 100; que los hombres luzcan unos espléndidos pectorales, que tengan el pito más grande y un coche que cueste más que el del vecino………… Ya vale!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Me agoto solo de escribirlo.

Por eso hoy reivindico lo maravilloso de la imperfección, porque imagino el día en que fuésemos perfectos y me da escalofríos. Me gusta la gente, y me gusta aunque sea débil o imperfecta, me gusta el campo donde el dueño y señor es el caos natural, me gustan las manos ajadas por el trabajo que ofrecen caricias más dulces que otras manos de manicura perfecta pero vacías, me gustan las “lorcitas” del hombre que amo, el acné en el rostro de mi hija adolescente, las patas de gallo que muestran que he vivido, los ancianos que se dan la mano aunque ya no puedan hacer el amor, porque aún logran conmoverse con una mirada; me gusta mojarme con la lluvia aunque se me quede el pelo hecho un asco… Me gusta poder llorar cuando lo necesito, aunque se me corra el rimmel y reír a carcajadas con mis amigos. Me gusta tomarme una copa de más, hacer el ganso, perder la compostura en la boda de un familiar y bailar como una posesa… Me gusta respirar despacito y dejar que me abracen cuando el suelo parece querer ceder bajo mis pies. Adoro ser vulnerable, que mi vientre refleje que he parido tres hijas; no tener que ocultar, aún pasados los cincuenta, que sigo teniendo miedo… pero que también tengo intacta la capacidad de reír y tirarme al suelo, a pesar de la artritis, para hacer castillos en la arena.

 

Hoy reivindico la imperfección y el que seamos capaces de disfrutar de todo lo que nos hace más humanos.

Os deseo una feliz vida imperfecta!!!!

 

 

Una tarde plácida

pluma-de-escritor

 

Es una tarde tan plácida como sólo una tarde otoñal sabe serlo. Escribo, como si nada más que el sencillo gesto de deslizar la pluma sobre el papel importase. Escribo como cuando después del amor, ya calmado y satisfecho cualquier otro anhelo, recorro con los dedos la piel que amo, sin apenas rozarla; por el sencillo placer de sentir la tibieza de otra piel y deleitarme en una caricia que parece dar sentido al hecho mismo de tener manos, dedos y yemas con las que hacerlo. Escribo como cuando, aunque pesen los ojos, luchas por seguir alargando ese tiempo-milagro, aferrándote al gesto, porque de algún modo eso parece dar sentido al hecho mismo de estar vivo.

Es una tarde tan plácida como sólo una tarde otoñal sabe serlo. Escribo sin saber si las palabras sólo fluyen o si, ajenas a mi voluntad, persiguen ir a alguna parte. O tal vez sólo escribo por miedo a que algo se resquebraje si me detengo.

Es una tarde tan plácida como sólo una tarde otoñal sabe serlo y todo cuanto anhelo es ser palabra o caricia. Ser verbo o tacto. O tal vez porque temo detenerme y volverme agua. Y diluirme, o verterme, o sumergirme en ese océano desconocido que amenaza con desbordarse de unos ojos apenas capaces de contenerlo.

Es una tarde tan plácida como sólo una tarde otoñal sabe serlo, pero aún así siento que, incluso el simple hecho de moverme del pequeño rincón del mundo que ahora ocupo, puede hacer que se rompa el frágil equilibrio de este universo-palabras que apenas se sostiene. Que de pronto todo se vuelva oscuridad y caos, y frío, y tormenta…, así que respiro despacio y sigo escribiendo. Para que la tarde siga transcurriendo tan plácida como sólo una tarde otoñal sabe serlo.

Se que existe un universo entero moviéndose al otro lado de la ventana. Puedo oír sirenas, máquinas trabajando en construir algo o destruyendo algo que ya no sirve; escucho voces lejanas, risas, el eco de un atasco más o menos cercano, más sirenas, más máquinas… Y de pronto pienso que al otro lado de este, mi diminuto universo que parece detenido, alguien nace y alguien muere, justo en este instante.

Siento un cansancio casi milenario. Un cansancio compartido, hecho de cuantos cansancios me rodean y que, sin pretenderlo, he hecho propios. Y no sé cómo desligarme de eso. Ni si quiero. Anhelo alargar este instante o tal vez hacerlo eterno. Dejar que el tiempo se deslice como la pluma sobre el papel y permitir que esta tarde, tan plácida como sólo una tarde otoñal sabe serlo, se prolongue hasta volverse primavera. Soñar que todo volverá a ser principio en algún momento. Cerrar el círculo, completarlo de algún modo y por fin, transmutar. Y volver a empezar de alguna manera, aunque todo vaya a ser de algún modo semejante, pero al fin, distinto.

 

tolstoi

Esto se nos va de las manos…

Pokemon

Cualquiera que tenga Facebook habrá sufrido (o disfrutado) de esos juegos con que nos acosaban los amigos, tipo Candy Crash, restaurantes varios o granjas. La verdad es que, si tu no eras adicto a ese tipo de cosas llegaban a ser muy cansinos.
Eso es lo que ocurre por no encontrarle la gracia y no tener la menor intención de probar, no vaya a ser que se la encuentres y seas el próximo plasta de turno machacando a tus amigos con invitaciones constantes.
Hasta ahí, todo más o menos asumible. Antes o después, aprendes que puedes gestionar las notificaciones de ese tipo y que nadie te de la brasa con el juego de moda… y aquí paz y después gloria.
Cierto es que allá cada cuál con si juega al parchís, se bebe un par de botellas de vodka al día, se zampa toda la comida basura que le cabe en el gaznate o se inyecta heroína… No digo que algunas cosas me parezcan buena idea, pero no me compete juzgar a nadie. Sentir curiosidad por algunas cosas creo que es lícito…
Estaba en la cocina preparando gazpacho, con la radio puesta… A mis cosas, vamos. Acaba una canción, entra el locutor… y cuenta que una agencia de viajes, española (aunque eso es lo de menos, pero es el dato) ha lanzado una propuesta de viaje a Estados Unidos…
¡¡¡Agarráos!!! ¡¡¡A cazar Pokemons!!!
La propuesta es: Recorrido por los puntos calientes en donde se han avistado en mayores cantidades, con paradas en los lugares de interés ¿Pokemístico? Lo de turístico casi que lo obviamos, ¿no?, porque si vas mirando tu smarphone intentando cazar bichejos, poco vas a ver más allá de tus 7 pulgadas de mundo, claro.

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Todos hemos visto acumulaciones brutales de gente «cazando» en Central Park, en estaciones de metro, en Picadilly, en el Retiro… No imagino nada que me produzca tal perplejidad en este momento. ¿Son estos los zombies que nos anunciaban que acabarían invadiendo nuestras calles? A ver, que el mayor peligro son ellos quienes lo corren, ya que van completamente desconectados de la realidad fuera de sus pantallas, pero pueden serlo para conductores, padres o madres que salieron a pasear a su niño por los parques y que ven que se les echa encima una manada de locos que no miran por dónde van, o cualquier otra situación que pueda afectar a inocentes ocupantes de las calles, ajenos a su locura.
En fin, solo quería desahogar mi perplejidad… Repito que no soy quién para cuestionar lo que hagan los demás, pero no me extrañaría que acabara por aparecer una especie de Alcohólicos Anónimos para quienes son incapaces de no perder el norte cuando un nuevo juego se pone de moda. Como decía en la película de Sexto sentido: «En ocasiones veo muertos»
Yo por si se me va la pinza, no lo voy a probar. Aquí están todos locos…Arre, unicornio!!

Maléfica

Maléfica

—¿Todas las hadas tiene alas?

—La mayoría

—¿Y tú por qué no? Las demás hadas vuelan…

—También las tuve, pero me las robaron. No quiero hablar de eso…

—¿De qué color eran? ¿Eran grandes?

—Tan grandes que las arrastraba al caminar. Y eran fuertes… Volaba sobre las nubes y con el viento en contra. Nunca me fallaron. Ni una sola vez. Confiaba…

 

No te rindas

depresión

Anoche hablaba con dos amigas mientras tomamos un vino y charlábamos de lo humano y lo divino. Las dos pasan por un mal momento. O tal vez debería decir las tres. Cada cual a su modo, claro. Tal vez caer muchas veces puede ser una especie de ventaja en estas cosas. O no… No me gustan las palabras grandilocuentes. Ni «nunca» ni «siempre» están entre mis favoritas.

Escribo esto porque se me agolpan las preguntas y necesito razones; respuestas. Y porque sé que no las hay… Así que escribo sobre todo por conjurar viejos fantasmas y demonios, propios o ajenos; por quienes están en un punto de fragilidad perversa; un punto de oscuridad tal, que la luz ya no parece que encuentre rendijas para colarse.

Alguien cercano ha apagado su luz hoy. Definitivamente. No la encontraba ya… Y me siento fatalmente triste y sólo se me ocurre ponerme a escribir esto que no sé si es un despropósito, pero lo hago porque nada envenena más la sangre y el alma que aquello que querríamos decir y callamos. Y escribo por si a alguien le puede ayudar saber que, aunque cuando estás en un túnel oscuro, poco importan las manos ni las buenas voluntades, son necesarias. Imprescindibles. Y que, aún así, o sales o no sales… Por ti; por tus medios. Y que si no lo logras, nadie debe sentirse cómplice de ese «fracaso», o culpable, que es una palabra cargada de matices que no me gustan.
Las ayudas externas son imprescindibles siempre pero lamentablemente, algunas veces, insuficientes.  Y no se trata de que no lo hayas hecho bien, ni de que no hayas logrado tocar la tecla o el resorte oportuno para evitar el fatal desenlace. No puedes pensar que podrías haber hecho más, que no entendiste la gravedad de la situación, que podrías haberlo hecho mejor; o de otro modo… No,  tú no has fallado. Lo intentaste pero no lo lograste. No es que no hayas dado con el registro adecuado. Simplemente no lo había.

En lo primero que he pensado es en quienes sé que están frágiles… y en estos versos de Benedetti.
Cuidaos. Tenéis un tiempo aquí y gente que os quiere. No os rindáis.

No te rindas – Mario Benedetti

No te rindas, aun estas a tiempo

de alcanzar y comenzar de nuevo,

aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,

liberar el lastre, retomar el vuelo.

 

No te rindas que la vida es eso,

continuar el viaje,

perseguir tus sueños,

destrabar el tiempo,

correr los escombros y destapar el cielo.

 

No te rindas, por favor no cedas,

aunque el frío queme,

aunque el miedo muerda,

aunque el sol se esconda y se calle el viento,

aun hay fuego en tu alma,

aun hay vida en tus sueños,

porque la vida es tuya y tuyo también el deseo,

porque lo has querido y porque te quiero.

 

Porque existe el vino y el amor, es cierto,

porque no hay heridas que no cure el tiempo,

abrir las puertas quitar los cerrojos,

abandonar las murallas que te protegieron.

 

Vivir la vida y aceptar el reto,

recuperar la risa, ensayar el canto,

bajar la guardia y extender las manos,

desplegar las alas e intentar de nuevo,

celebrar la vida y retomar los cielos,

 

No te rindas por favor no cedas,

aunque el frío queme,

aunque el miedo muerda,

aunque el sol se ponga y se calle el viento,

aun hay fuego en tu alma,

aun hay vida en tus sueños,

porque cada día es un comienzo,

porque esta es la hora y el mejor momento,

porque no estas sola,

porque yo te quiero.

In memoriam M. R. V.
Descansa en paz.

 

Bienaventurados los confusos

conversando (2)

Una vez más, ella llegaba con los minutos corriendo en su contra, pero ya me había habituado a eso y no solía inquietarme porque no pasara la noche en casa sin haber avisado. Aun así, cuando llegó, estaba a punto de coger el teléfono para preguntarle si todo iba bien. Su tiempo y el mío no marchan a la misma velocidad; cosa lógica por otro lado, ya que nos separan más de treinta años y, además, somos madre e hija.

Mientras apuraba una taza de té y un sándwich rápido antes de volver a salir corriendo, hablamos unos minutos. Y yo, que, como madre soy un poco desastre, hace mucho que aprendí a dejar a un lado cualquier obligación cuando puedo compartir su tiempo, precioso y escaso, para escucharla sin más…

Me dejó ver su caos y sus conflictos y sonreí… Sonreí para mis adentros al ver que, con todos los años que le llevaba de ventaja. no habían mejorado apenas ni mis conclusiones ni mi capacidad de respuesta. La de escucha, sí… Pero es que de algo tenía que servirme el tiempo acumulado en mi haber.

Me sentía identificada con lo que me contaba entre un sorbo de té y otro, mientras, de reojo, controlaba la hora porque, aunque a ambas nos habría gustado dejar de lado los relojes, era consciente de que su horario de trabajo no admitía esa posibilidad en ese momento.

Se fue después de apurar los minutos y las palabras… Yo me quedé recogiendo los restos de su acelerado almuerzo y nuestra acelerada conversación. Y pensando en cuánto la amo, aunque supongo que ese no es un dato que aclare nada, ni objetivo siquiera, dado que soy su madre. Sin embargo, tal vez lo es más allá de lo que pueda parecer… Porque me di cuenta de que amo su caos. Escuchar sus dudas y sus preguntas, mucho más incluso que las respuestas que pueda construir para explicarse.

Algunas veces creo que tengo más capacidad de amar a las personas por lo que no dicen que por lo que dicen. Por sus dudas más que por sus respuestas. Por su vulnerabilidad más que por sus fortalezas. Más por sus miedos que por sus certezas.

No estoy segura de que esto que digo tenga demasiada lógica, pero es que la lógica y yo hace ya algún tiempo que estamos peleadas. Y conste que me gusta, pero… ¡me irrita horrores esa sabionda!

Hay un libro de Albert Espinosa que se llama «Ama tu caos» -no, no lo he leído, pero me gustó el título- y digo esto porque, cuando se ha ido. es lo que he pensado.. ¡Que amo su caos!

Hace poco un amigo me hablaba de su relación. Su argumento, al parecer, era: «Me da paz». A ver, que no digo que sea un mal argumento, pero no creo que ganase un concurso de esos de San Valentín. Después de aquella mujer que dijo en un programa de radio que su marido «era ordenado» como su mayor virtud, estoy indecisa de a cuál votar como declaración romántica de la década… ¿Y si llega el caos? ¿Seguirás con ella?, pensé. Pero no era momento de formular tales preguntas.

Cada vez confío menos en quienes parecen tener todas las respuestas. Mi duda es si se hicieron las preguntas o las «compraron» en algún almacén de filosofía y ética. O de algún amigo descerebrado, que los hay, de esos que te sueltan una sentencia del tipo: «Vive tu vida, disfruta sin importar dónde o a quién pisas y que le den al resto del Universo» (Miedito me dan esos…).

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Que no digo yo que esté mal eso de andar soltando sentencias a troche y moche, pero, por cómodo que resulte, generalmente no son suyas. Les he visto titubear cuando entras en profundidades y pones en duda esas respuestas prefabricadas, no tanto por considerarlas falsas, sino por saberlas ajenas, adoptadas y sin digerir. Cómodas, pero huecas. Para algunos parece que no hay mayor «comodidad» que hacer propias las conclusiones ajenas. Les ajusten del todo o no. Solo que creo que eso es como copiar en un examen. La respuesta puede ser correcta, pero tú no has aprendido nada. Una especie de «pensamiento prêt-à-porter». Práctico sin duda para salir del paso, pero sólo eso…

Admito que igual soy yo quien piensa demasiado, pero a estas alturas tampoco es necesario explicar eso, ¿verdad? Soy adicta a la artesanía mental. A la mía y a la ajena. Disfruto escuchando por qué caminos transcurren los pensamientos de otros, sobre todo cuando no hay prisa y se paladean como un buen vino. Es un proceso curioso y enriquecedor. Y una afición poco difundida en estos tiempos de Take-away.

¡Jesús, como me disperso! Concluyo:

Mi interés hacia el pensamiento ajeno, escrito, publicado, dogmático, reconocido y admitido, proceda de donde proceda y de quien provenga es, en cierto modo, limitado. No por soberbia, ni porque considere que no lo hicieron bien. Ni de lejos es eso… Es más bien porque no quiero limitarme a consumir pensamientos procesados y envasados aunque vengan con un packaging molón y el nombre de un filósofo venerado en la etiqueta.
La vida carecería de sentido si nos limitásemos a aprender lo que otros dijeron sin entender lo que otros, más cercanos, sintieron.

No quiero llenar la cabeza de mis hijas de sentencias categóricas, sino enseñarles a cortejar a sus dudas como a amantes esquivos e incluso incómodos, y a encontrar sus propias respuestas aunque choquen con los dogmas. O sobre todo esas. En definitiva, a amar su caos. Al fin y al cabo, se vive con él eternamente…, así que, tal vez, no se trata tanto de entenderlo, como de amarlo.

«Bienaventurados los confusos, aunque no sean de ellos todas las respuestas, mientras  sí lo sean todas las preguntas.»

Amen. Así, sin acento…

Y para terminar unos versos de José Agustín Goytisolo, hechos canción. Para ti, mi niña…

El sueño de Escher

Escher-Relativity-19531

Una y otra vez, tengo el mismo sueño recurrente con esa sensación  de estar atrapado en medio de ninguna parte. La regurgito cada noche y la rumio durante el día, preguntándome cuánto puedo tardar en digerirla y si alguna vez dejará de ser esa especie de engrudo que permanece en el estómago y me impide un sueño tranquilo.

Los sueños se han vuelto persistentes y recurrentes y, al amanecer, despierto a menudo con la frente húmeda, el ceño fruncido y el cabello desordenado porque la pesadilla ha vuelto a ocupar mis sueños. Una pesadilla perseverante e implacable.

Me revuelvo inquieto, deseando con toda mi alma poder evitarla; con poder encontrar la respuesta eficaz y necesaria y el conjuro preciso para disuadirla de no volver. Solo que sé que no tengo ni idea de cómo hacerlo.

Soñamos mil veces un sueño conjunto, pero ahora no estoy seguro de que tu sueño y el mío sean el mismo. Cuando el mío se hace presente, me pesan los párpados y, pese a la angustia, la necesidad de abrirlos y de escapar del terror, los siento tan pesados que soy incapaz de hacerlo. No basta con abrirlos, de hecho. También duele despertar y sólo logro hacerlo del todo cuando el sol está muy alto y su realidad resulta mucho más contundente que mis ensoñaciones.

Recuerdo encontrarme al fondo de un algo que resulta complicado de describir: Una especie de anfiteatro circular y vacío. En el centro del escenario, solo yo. En las gradas, absolutamente nadie. Aunque no sé si sería adecuado llamarlo anfiteatro, porque es un recinto cerrado. Cerrado y hermético. Es cubierto y en realidad, es semiesférico… Una especie de cúpula sin templo, solo ocupada por cuatro escalinatas en los cuatro puntos cardinales, por las que puedo subir y bajar a mi antojo. Intento inútil por otro lado, ya que no conducen a ninguna parte, salvo al muro que las (nos) contiene. Me pregunto, si tú sueñas algo similar ahora que ya no soñamos ni dormimos juntos.

 Norte, sur, este y oeste. Cuatro escalinatas absurdas. Una broma macabra… Una suerte de laberinto, en el que el orden, la simetría y el límite de los muros, resultan una vuelta de tuerca más allá de los que concibo cuando intento dibujar algo que se le asemeje. ¿Qué sentido podría tener subir o bajar esos peldaños absurdos? Me pregunto si alguien más sueña con anti-laberintos similares al mío. Si también delira en un cubículo análogo, tan absurdo y agobiante.

En el sueño, me pregunto qué clase de mente perversa podría concebir algo así y si alguien —algún dios o lo que sea— puede verme a través del óculo que remata la cúpula. Imagino una especie de divinidad malévola que se divierte encerrándonos a miles de hombres y mujeres en miles de absurdas cúpulas similares y que nos observa como un niño que arranca colas a las lagartijas y las deposita en agujeros excavados previamente, y luego se queda mirando, apostando cuánto durará el movimiento y cual será la que se agite por más tiempo.
No tardo mucho en entender el juego y que todo intento de hacer algo es absurdo y, cuando al llegar el sol al centro del día y situarse en la perpendicular del óculo, donde ese dios que imagino, podría verme mejor, me siento en medio de su estúpido ruedo y me quedo quieto. No quiero complacerle, si es ese su juego. Me niego a estar subiendo y bajando escaleras en un estéril intento de huída de su perversión. No quiero divertirle con mi muerte. Al menos, eso sí está en mi mano.

Al despertar, recobro la mente consciente y entiendo que quien crea el espacio en el que se desarrollan mis sueños soy yo mismo. Y siento angustia por ser capaz de concebir tal atrocidad.
Escher

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