Cuando me surgen preguntas de manera inconsciente, intento encontrar respuestas desde la intuición, más que desde la razón. Hoy me he acordado de un famoso cuento de Nasrudín que compartí hace algún tiempo.
Todos buscamos respuestas. Tal vez no todo el mundo se haga las mismas preguntas, es verdad. Por otro lado, aunque resultase que sí, es poco probable que hallasen las mismas o, ni tan siquiera, similares.
Hoy me pregunto con que grado de autenticidad somos capaces de mostrarnos, no ya a otros, sino incluso a nosotros mismos. Quien más y quien menos se ha puesto un traje, con suerte, elegido y hecho por él mismo y a su medida pero, con demasiada frecuencia, el que considera que le hace resaltar sus rasgos más favorecedores: aquellos que muestran su mejor aspecto de cara a los demás e incluso a sí mismo (e incluso adaptado a la moda más demandada).
Nos hemos ido estandarizado de tal modo que en algún momento, suponiendo que nos mirásemos a ese espejo interno que nos muestra sin piedad alguna, tal vez nos cueste reconocernos, sentirnos cómodos en nuestra propia piel, genuinos, auténticos… ¿O son dudas sólo me asaltan a mí?
Recuerdo aquellos versos de Becquer, que dicen: «que el alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada».
Y me pregunto…
¿Con que frecuencia «nos miramos» o «nos dejamos ver»?
Lo que voy a decir igual suena algo «místico», pero no lo es:
Creo que la transmisión de información más valiosa, más auténtica de quienes somos ocurre cuando permitimos el «flujo energético» que se produce en la mirada consciente al otro ( o a nosotros mismos).
Hace poco, hablando con un amigo, comentamos que, seguramente, todo lo que era verdaderamente importante saber de alguien, se podría saber a través de la mirada.
Quienes me conocen saben que soy devota de la palabra; es cierto, pero también creo que muchas veces, la información por vía verbal puede resultar confusa o insuficiente. No siempre se encuentran las palabras adecuadas y, por otro lado, para que ocurra la «magia» comunicativa, tanto emisor como receptor han de estar sintonizados en la misma frecuencia en el preciso instante en que ocurre el intercambio de mensajes.
Seguramente habréis visto ya un vídeo que andaba por las redes. Por si es que no, lo recupero: Dos personas frente a frente, mirándose a los ojos. Silencio absoluto. ¿Nada más?… Creo que TODO.
¿Que tal si nos detenemos? Vamos con tantas prisas que le dedicamos poco tiempo a lo verdaderamente importante: Desnudarnos. ¡Venga! ¿Por qué no? Probemos a desvestirnos de frases hechas, de lugares comunes, de disfraces; probemos a dejar a un lado los convencionalismos, los prejuicios y, simplemente, adentrarnos en la mirada del otro. O en la propia, mirando a nuestro interior, pero, ¡ojo!… mires donde mires, sea dentro o fuera, hay que hacerlo sin juzgar. Esto último ya es el «más difícil todavía», el «abracadabra», es «rizar el rizo», pero se puede… Incluso, me atrevería a decir que «se debe».
«Tal vez quien no se asoma a otros ojos esconde su «alma», o carece de interés por la ajena»
Añado un regalo de última hora, que me ha hecho mi amiga Ana Carmen Moruga y que, ni quiero, ni puedo, dejar sin compartir:
Bonita entrada. Un saludo.
Me gustaMe gusta
Gracias, Carmen. 🙂
Me gustaMe gusta
Fantástico tu post, me ha encantado 😉
Me gustaMe gusta
Preciso Toya!!!
Me gustaMe gusta
Exacto, el discurso innecesario. ¿Cuántos años exige el aprendizaje de algo así?
Me gustaLe gusta a 1 persona
Jajajajajaja… A mi me ha costado unos cuantos!!! Y sigo aprendiendo 😉
Me gustaMe gusta
Estoy como mucho… «en segundo». Hablamos, nos miramos, nos vemos… Agenda abierta.
Me gustaMe gusta
Sería interesante, sin duda, «experimentar» sin público, Ana. En cualquier caso, lo que ocurre no necesita demasiada explicación ¿verdad?Más bien ninguna…
Me encanta hablar, Me encanta escuchar; sin embargo, hoy, he querido hacer una llamada de atención respecto a algo a lo que no prestamos la debida atención. Tal vez lo que nos ocurre es que muchas veces nos enredamos en discursos innecesarios. Debería ser mucho más sencillo. ¿O ya lo es y no lo explotamos lo suficiente?
Gracias por comentar 🙂
Me gustaMe gusta
Todita la razón, Toya. Casi nada, he dicho mientras te leía. Ufff, la mirada, la sintonía, ¿y si quitamos las palabras? Madre, a nosotras, con lo que nos gustan. Y sin embargo sí que es cierto que a veces he intentado «contar una mirada», una sonrisa, un gesto que cuesta describir, pero que lleva aparejada casi una historia. Al ver el video, he querido quitar los primeros minutos, o segundos que se me han hecho largo. A mi me daría la risa, me pondría nerviosa, pero claro, llega él, ay qué hombre, si hasta a mi me apetecía mirarlo y todo funciona, pero dime, ¿no te parece que sobra público en ese experimento?
Un abrazo.
Ana.
Preciosa mirada-título 😉
Me gustaLe gusta a 1 persona