Deberíamos visitar más los cementerios. Sí, se que no es agradable, pero eso es porque, cuando lo hacemos, es para enterrar o visitar a “nuestros muertos”. No me refiero a ese tipo de visita. Además la mayoría de los cementerios de ahora parecen colonias de adosados o edificios de protección oficial para los no vivos. Pero hay cementerios preciosos. En especial los que no lo parecen.
Una tarde, en Thun, una ciudad suiza junto al lago Thunersee, salí a dar un paseo con unos amigos. Subimos por una colina hasta una iglesia . Era un lugar precioso con una especie de cenadores-miradores en un extremo. Comentamos que era un sitio muy agradable y que podíamos volver otra tarde y llevar algo para merendar. Paseando por el jardín, entre aquel césped perfectamente cortado, me di cuenta de que había unas enormes baldosas salpicadas sin formar un camino o algo parecido. Eran lápidas… ¡Por supuesto, desestimamos la idea de volver allí a merendar!
A pesar de eso y después de taaaaantos años no he olvidado aquel lugar. Si alguna vez volviese, iría a buscarlo sin la menor duda y, aunque sin cesta de picnic, pasaría un rato allí sentada.
Me gustan los cementerios viejos, atrapados en mitad de una ciudad. Los cementerios ingleses junto a las viejas iglesias, los cementerios judíos con todas esas piedrecitas colocadas sobre las lápidas… Ese tipo de cementerios tienen algo especial.
Bueno, igual parece algo macabro esto que digo, pero es que vivimos convencidos de que hay tiempo. Vivimos atrapados
en los “tal vez mañana”, en los “este no es un buen momento” y cosas por el estilo. Se nos olvida, con demasiada frecuencia, que la vida no siempre avisa de que va a dejarnos, de que muchas veces nos pilla desprevenidos y que tal vez no haya mañana para alguno de nosotros.
Deberíamos ir al cementerio y escuchar las voces de los vivos que lo visitan, atrapadas entre los arbustos … Imaginarnos cuantos “si lo hubiese sabido” “si te hubiese abrazado esa tarde”, “no me atreví”, “debí darte las gracias”, “ojalá te hubiera pedido perdón”, ” que pena no haberte dicho”… resuenan en cualquier cementerio del mundo. Los lamentos se quedan atrapados. A poco que prestes atención, intuyes muchos “ahoras” no aprovechados que se convirtieron en “luegos” que no llegaron a tiempo.
¿Si no es ahora, cuando? Después ya nada importa. No es ya tanto por el fallecido sino sobre todo por el vivo, que se queda con la pena y con lo que no dijo atravesado en la garganta; los brazos colgando, sujetando tontamente aquel abrazo no entregado, los besos negados muriéndose en los labios. Tal vez por ideas tan tontas como que no fuera a ser que el difunto, (antes de serlo) fuera a descubrirle con la guardia baja cuando estaban enfadados.
Deberíamos visitar más a menudo los cementerios. O, al menos, tener más presente lo efímera que es la vida… Aunque sólo sea por egoísmo.
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