¡Gracias, gilipollas!

¡Gracias, gilipollas!
Gilipollas 1

            Hace unos días, un amigo decía en su muro de Facebook: “Tenemos un pobre concepto de nosotros mismos. O nos conocemos muy bien. Ayer grité “Gilipollas” en la Puerta del Sol y se volvieron cincuenta y tres personas”

Gilipollas 2

           Comentamos que sería divertido hacerlo en Twitter. Poner solo eso. Simplemente eso: “Gilipollas” y observar el número de retuits o de favoritos que provocaba ese mensaje. Porque, vamos a ver… ¿Quién no tiene un gilipollas en su vida y ganas de gritarlo?

            Y, es más, si no lo tienes, deberías buscarte uno. En serio. Seguro que yo también soy la gilipollas de alguien (no me des las gracias. Es un placer).

           Lo que nos ocurre es que muchas veces necesitamos una sacudida, una descarga de alto voltaje, para reaccionar; para que nuestro potencial se ponga a trabajar. Si no ocurre nada, nos vamos aletargando. La vida transcurre pacífica, amable, sin sobresaltos… y a nada que te descuides, te has convertido en un ser traslúcido. Estás, pero no estás. No te ven. No te ves. No te miras, no te analizas, no te cuestionas… y no creces. Estás en una especie de limbo —que ahora dicen que no existe, pero sabes de lo que hablo—. No eres ni sí, ni no. Ni carne, ni pescado. No te sientes ni muy bien ni muy mal. No padeces, así que ni siquiera te das cuenta, pero en realidad, te estás muriendo a poquitos.

            Me han pasado una conferencia de María Belón. Esa mujer que vivió en primera persona el Tsunami de Tailandia de 2004. Después de eso, escribió “Lo imposible” y da conferencias (también se hizo una película contando su historia). No hablaré de la experiencia, que desde luego debió de ser terrible, sino del resultado; de la consecuencia. Esa misma vivencia que, estoy segura, otros habrán intentado olvidar o aparcar en el lugar más recóndito de su mente (como si ocultándola, dejase de existir). Ella, a mi modo de ver, tuvo “un par”: Analizó, desmenuzó, y casi diría que diseccionó concienzudamente esa experiencia terrible. Y creció. Creció muchísimo. Apuesto a que mucho más que en la suma de todos los momentos “dulces” de su vida.

         De pronto, ocurre algo en tu vida que te descoloca: una crisis económica y/o política, una crisis familiar, una bronca con el jefe o con la vecina del 5º —si, la pedorra antipática— Ahí tienes tu tsunami. Ha hecho su aparición. Puede que venga de la mano de un gilipollas o no. O que tengas al gilipollas y no haya tsunami, sino una marejada, pero el caso es que tu vida ha saltado por los aires.

            Bien, pues lo de vivir un tsunami está complicado —lo cual es un alivio— pero tienes mucho más a mano a los gilipollas. También puedes usarlos. Ellos te sacan de tus casillas, te revuelven las tripas, te sacuden con fuerza y seguro que maldecirías en arameo, en caso de que supieses arameo.

            ¿Que puedes hacer cuando te encuentras uno? Evitarlo es inviable. Está ahí y ya se ha manifestado. Lo del arameo es una posibilidad, pero remota, así que… ¿Y si lo aprovechas? ¡Venga, piénsalo! Todos tenemos cosas que mejorar. La mayoría de las veces un gilipollas no va a dejar de serlo porque se lo digas, independientemente del idioma en que lo hagas, así que tal vez puedas mirarlo de otro modo. Haz de él una especie de aliado: alguien que te hace replantearte algunas cosas… Analiza, disecciona, desmenuza si hay parte de razón, que es lo que de verdad te molesta de lo que hace o dice tu gilipollas. Cabréate, —aprende algún insulto en otro idioma, ya puestos— pero, sobre todo, actúa. ¡Revuélvete en tu tumba, sacúdete la tierra y ponte en pie! Si te has encontrado con un gilipollas, úsalo como muelle (¡Verás que bien se salta sobre uno!) Demuéstrate (hago hincapié en el “te”) que aún tienes sangre en las venas. Que puedes hacer más. Que puedes hacerlo mejor. Que no lo sabes todo —nunca lo sabrás— pero que puedes aprender más y hacerlo mejor. Aunque solo sea por no ser tan gilipollas como el que te sacó de tus casillas, sí, pero, sobre todo, hazlo por ti. Porque tienes mucho camino por recorrer. Porque la vida mola cuando tiene ritmo, cuando bailas y te suben las pulsaciones…

            Por eso digo eso de: ¡Gracias, gilipollas! ¡Gracias, porque así seguiré buscando la mejor versión de mi misma!

Gilipollas 3
Gilipollas 5

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