No me des consejos, dame la mano – II

No me des consejos, dame la mano – II

dame la mano

Hace algún tiempo ya escribí una entrada a este respecto, pero es un tema que hoy quiero retomar. Soy una persona bastante transigente, pero reconozco que tengo mis puntos flacos. Que me pongan de los nervios los “listillos” es algo que no puedo evitar (juro que lo intento, pero es superior a mí)
Existe esa gente que regala generosamente consejos que nadie ha pedido. No, rectifico, no los regala, te los encasqueta directamente. Y si los rechazas, aunque sea con mucha educación, te tachan de desagradecido.
¿Y si dejásemos a un lado eso de: “tú lo que tienes que hacer” y preguntásemos “qué crees que podrías hacer”? Creo que esa es la clave: el acompañamiento, la reflexión compartida. Y que luego cada uno encuentre sus propias soluciones.
Ya se que algunos son muy listos y que parecen controlarlo todo (¿tendrán vidas perfectas?) pero es que yo soy muy burra y me gusta más encontrar la solución a mis errores o a mis problemas que limitarme a asumir como propias las conclusiones ajenas.

Voy a clases de escritura creativa. Me encanta. Cada semana llevamos textos que comentamos en clase con los compañeros y sé que es mucho más fácil ver que podría haber mejorado el relato de un compañero, que mejorar el propio. Lástima, pero es así. Tal vez sea porque en el personaje del otro no hay la misma implicación emocional. No lo has “parido” tú y resulta menos doloroso eliminar aquel adjetivo que, objetivamente, no aporta nada o modificar la reacción de un personaje, frente a su conflicto, sin que nos duela. Para el autor me temo que no resulta tan fácil desprenderse de los vínculos emocionales que le unieron a él cuando escribió esa historia.

Lo que hacemos en las clases después de escuchar con atención la exposición del relato, de principio a fin, es hacer preguntas que inviten a la reflexión a su autor, sobre aquello que podría mejorarse. A veces, simplemente leyendo en voz alta, tú mismo te das cuenta de los fallos. Así que después resulta más fácil escuchar las sugerencias. Pero son eso, sugerencias. No se trata de decirle a tu compañero: Tu relato no funciona porque ese personaje es un inútil que no fue capaz de evitar tal o cual situación, o tendría que hacer esto o aquello otro. No, no lo hacemos así. Es más bien del tipo: ¿Qué es lo que querías contar? ¿Cómo crees que podrías conseguir que fuera más visible el verdadero conflicto que ocurre en tu historia? Y cosas por el estilo…

Me encanta ir a esas clases ¿Ya había dicho que me encanta? Pues eso. Y es que creo que lo que a unos les puede valer, no les vale a otros, porque cada experiencia depende de infinidad de factores que el “consejero espontáneo” desconoce. Y cada uno de nosotros somos un personaje con sus dudas, sus inquietudes, sus objetivos, sus fortalezas y sus debilidades. Y  no creo en los gurús, sino en los amigos. Los amigos son esos que saben escuchar y que no te dan soluciones, sino que te acompañan mientras buscas las tuyas.

No me importa equivocarme porque, sinceramente, creo que es mucho peor no tener dudas. Al fin y al cabo, de la duda nace la reflexión y con suerte, el crecimiento. O, al menos, eso creo.

Nadie pregunta a la crisálida

NADIE PREGUNTA A LA CRISÁLIDA


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Las Leyes del Universo están llenas de incógnitas difíciles —por no decir imposibles—de desentrañar.

Algunas personas parecen llevar tatuada la palabra éxito en su ADN, aunque, por supuesto, no siempre el resultado que obtienen sea el deseado (eso sería ya el colmo). Otras, por el contrario, parecen condenadas a la invisibilidad, sin que, aparentemente, nada de lo que puedan hacer parezca variar un milímetro su trayectoria descendente o, en el mejor de los casos, plana o levemente oscilante, en el entorno de una agotadora mediocridad.

No hablo ahora de esfuerzo y resultados —para eso ya están los ministros—, hablo de otras cosas. Existe gente muy valiosa a la que parece negársele siempre la oportunidad de demostrarlo y auténticos cenutrios que parece que nacieron —con perdón— con una flor en el culo.

No, las Leyes del Universo —o las del Caos— no son fáciles de desentrañar; sin embargo, consuela saber que, según dicen, del caos nacen las estrellas.

entrada al reino de los cielos

Hoy una frase se ha gestado en mi maquiavélico cerebro, que, por cierto, es lo más parecido al caos que conozco.

Mi cerebro —no sé si el de más gente— va a la suya. Es autónomo; así que, cuando se empeña en hacerse con el control, es complicadísimo llevarle la contraria. Te deja una idea, ahí, como si tal cosa y allá te las compongas. A veces intento ignorarlas, pero son como el “Flubber” (¿alguien lo recuerda?),

Flubber

Así que esa idea, en apariencia inofensiva, no dejó de dar vueltas, rebotar, alargarse, estirarse y enroscarse, seduciéndome con candidez y carita de inocente, aunque en el fondo fuese como una odalisca empeñada en cautivar a un casto varón: implacable, encantadora, sibilina… Él, seguramente, (y si no, ¡qué gracia tiene!) acabará por rendirse a sus encantos. No podrá ignorarla por mucho tiempo y al final se doblegará. Es lo que me pasa a mí con las ideas: Si ellas se empeñan, acabo por sucumbir. Soy muy blandita (habría dicho facilona, pero suena fatal).

Bueno, que me enrollo. El caso es que hay procesos vitales, que pueden resultar dolorosos. Mejor dicho, muy dolorosos. Incluso insufribles. En todo caso, complicadísimos de gestionar y asimilar. Sin embargo, todos (hasta los de la flor en el culo) los pasamos a lo largo de la vida, no una sino varias veces. Nos desesperamos por situaciones que somos incapaces de controlar o gestionar. Suplicamos entonces a los dioses que sean benévolos y que dejen de apretarnos las tuercas, porque la situación nos tiene desbordados y nuestras fuerzas están al límite del agotamiento. Querríamos volver a toda prisa a eso que ahora se denomina la Zona de confort. Ese Universo, seguramente diminuto, en el que nos sentíamos cómodos. Pero ellos, —los dioses—no aflojan; son implacables y nos mantienen ahí, al borde del abismo, un ratito más aún.

Finalmente, caes agotado, y  entonces te das cuenta de que tu universo no acaba ya donde antes, sino que ha crecido un poquito y que no te precipitas por el abismo que había en ese exacto lugar donde ahora has caído, rendido y exhausto. Ha crecido tu Universo y eso te ayuda a recuperar la confianza… Pero no te relajes: solo será un pequeño respiro, entre envite y envite, y no tardarán en presionarte de nuevo. En cualquier caso, aprovecha la calma y respira… porque todo va a ponerse en marcha en cualquier momento. ¿A que no has oído hablar de un Universo en reposo? Por supuesto que no; tal cosa no existe.

Viví una tregua larga… Muy larga… Igual es que la felicidad duró demasiado. (Aunque nunca parece demasiado, ¿verdad?) Cosa que, por otra parte agradezco a los dioses (Siempre es conveniente agradecerles todo, que son muy quisquillosos) ¿Se habían olvidado de mí durante un tiempo?

En algún momento debieron acordarse, y parece que me vieron tan relajada que quisieron recuperar todo el tiempo en que no me habían llevado al límite y darme cancha. No me soltaban. Era como llevar a un recorrido a contrarreloj, por un parque de atracciones, a alguien a quien no le gustan nada las atracciones. (Ahora que no me oyen… ¡Sois muy cabrones!, ¿lo sabíais?)

No sé por qué se producen los choques de planetas —la astrofísica no es un terreno que domine, precisamente— lo que sí sé es que yo, chocar, he chocado. Lo que nazca de eso, aún está por determinar.

La idea que ha venido seduciéndome como una ramera descarada durante todo el día partía de algo absurdo. Básicamente la cuestión original, era esta:

“Nadie preguntó a la crisálida si quería ser mariposa”

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Ahí se queda… ¡Con un par! No sé si soy muy rara… Bueno, yo no, en todo caso, el cachondo de mi cerebrito.

Luego me pregunté: ¿Le dolerá a la crisálida convertirse en mariposa?…Y aunque dudo que las crisálidas o las mariposas tengan pensamientos razonados, o pensamientos a secas, aún dudo más que alguna vaya a responderme, pero, ya ves, hoy me he cuestionado esas cosas tan absurdas. En cualquier caso, sea cual sea el proceso, es su naturaleza y sería ilógico que alguna pretendiera detenerlo y permanecer in eternum  en fase crisálida.

Aún no sé el tiempo que requerirá mi transformación, si es que ha de producirse. Ni si algún día seré mariposa o sucumbiré en el experimento, pero he de intentarlo.

Si un día se despliegan mis alas, prometo contarlo. Pero, de todos modos, habrá que esperar, que estas cosas necesitan su tiempo, y si llegase el momento, esa vez os lo haré saber con un cuento, que ya ha empezado a gestarse —quiera yo, o no quiera. (Otra vez el puñetero cerebrito, manda)

De momento, valga esta reflexión como nota para no olvidar la trama sobre la que habré de tejer la historia.

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