¿Pelillos a la mar?

sorryRaro es el día que no leo algo sobre «Empatía» o sobre «Inteligencia emocional». Artículos, «posts», comentarios en Twitter o en el Facebook de amigos o de gente a la que sigo…
Soy una amante de la palabra. De las palabras. De la escrita, de la leída, de la dicha. Las palabras tienen mucho poder. Tienen la capacidad de comunicar, de hacernos soñar, de acariciar,… O la de herir, es cierto; pero es incuestionable que pueden tener un efecto balsámico, sanador. Todo dependerá de cuáles, cómo y cuándo se utilicen.

En cualquier caso, ellas son sólo el ‘vehículo’. Nada más; pero, también, nada menos. Lo que nos hiere o alivia es la emoción de la que surgen.

A poco que hagamos memoria, recordaremos esos momentos de nuestra infancia en los que nuestros mayores nos instaban a ‘pedir perdón’ por alguna conducta inadecuada o un agravio de cualquier naturaleza.

pedir perdón

Me pregunto cuál es la caducidad de esa norma que tan insistentemente nos inculcaron o que nosotros mismos enseñamos a nuestros hijos. Percibo una fuerte reticencia entre los adultos a ‘pedir perdón’. Ya no mediante la palabra, sino incluso con un gesto que sustituya esa verbalización tan incómoda para muchos.

¿No habéis vivido en vuestra infancia ese momento en que, tras una pelea de chiquillos, te decían: «Venga, pediros perdón y daos un abrazo»? Yo desde luego, sí… ¡Y funcionaba! Tal vez, porque los niños suelen ser más prácticos y sabían que no resolver la cuestión y guardar rencor impedía reanudar el juego… ¡Quién sabe!  No recuerdo cuales eran mis motivos, si practicidad, convencimiento o respeto a esa invitación —cuasi orden—; pero lo hacía…

Es verdad que también aprendí, debido a mi educación católica, que antes de obtener el perdón había que tener «dolor de los pecados y propósito de enmienda» o lo que viene a ser arrepentimiento por el daño causado y voluntad de no repetir aquellas conductas o palabras dañinas. Eso está muy bien, aunque siempre tuve la sensación de que muchos católicos practicantes recurrían al confesionario como a una «lavadora de culpas». Un par de Padrenuestros, tres Avemarías y conciencia limpia. No sé, pero a mí no me acaba de convencer el método. Cómodo sí es, eso lo admito…

Como no soy católica practicante, intento encontrar métodos alternativos a la «lavadora de conciencias». Pedir disculpas cuando me equivoco, por ejemplo. Siempre que haya un previo reconocimiento del error y sincero arrepentimiento, claro está. (Es lo que tiene ser perfectamente imperfecto, que no siempre tienes conciencia del daño o que no siempre estás arrepentido)

Un «lo siento» que no sea sincero está hueco de contenido y resulta, si no incómodo, sí bastante inútil para el que lo pronuncia, pero incluso ese, en muchas ocasiones, puede aliviar a quien lo recibe. La disculpa es así: Sanadora para quien la entrega y para quien la recibe.

Recientemente hemos sido testigos de disculpas públicas y notorias. No entraré a valorar si a mí me han parecido o no creíbles y he escuchado opiniones de todo tipo respecto a que un rey o un político pidan disculpas. Tal vez en esto,—como en casi todo— nada sea blanco o negro , ni haya verdades absolutas, y las opiniones y matizaciones posibles tiendan a infinito.

La pregunta retórica es: ¿A qué edad se vuelve ‘rara’ —entendiendo rara como infrecuente— la costumbre de pedir disculpas por el agravio o el daño, ya sea físico, moral o emocional?

Hay una máxima que dice: «Los hijos no aprenden lo que les enseñas, sino lo que ven».

einstein
Como ‘ser humano’—con todo lo que el término conlleva de ‘espécimen imperfecto’—admito que el error forma parte de nuestra naturaleza. De la mía, desde luego; así que mientras nadie me explique las ventajas de dejar de hacerlo, seguiré aplicando la norma que me enseñaron de niña: La de pedir perdón cuando sea consciente de un error cometido, para  intentar reparar en lo posible el daño causado.

Por cierto, siempre encontré algo ridícula aquella famosa frase de «Love Story», que decía: «Amar significa no tener que decir nunca lo siento».
Si cometer errores es inevitable, no pedir disculpas por ellos es casi imperdonable. O, al menos, así es como lo veo… Y hay muchas maneras de hacerlo. Siempre tenemos la opción de elegir la que nos resulte más cómoda, ¿no?

Un dato curioso: ¿Sabíais el origen le la expresión «Pelillos a la mar«? Yo, no. Si pinchas en la frase, podrás enterarte.

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